Navidad para redimir al Paraguay

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La cristiandad conmemora hoy el nacimiento de Jesús de Nazareth, que vino al mundo a dejar en él mensajes de fraternidad, de amor, de perdón y de redención de los pecados. Se calcula que actualmente los creyentes y bautizados en el cristianismo suman unos 2.350 millones de personas distribuidas en todas las regiones del mundo, lo que la convierte en la más numerosa y expandida de todas las creencias profesadas por los seres humanos.

Hay también muchas otras religiones y creencias que, con escasas excepciones, predican la paz y la hermandad entre las personas y los pueblos. No obstante, mirando el panorama mundial, diariamente asistimos a una terrible exhibición de violencia inmisericorde, expresada en matanzas y atentados de terroristas, en guerras formales, en guerras de guerrilla y en ataques puntuales que ocasionan miles de muertos y decenas de miles de heridos, de huérfanos, de refugiados y de desamparados. Si se tomara todo esto como referencia, se diría que las enseñanzas de los profetas y sacerdotes cristianos, musulmanes, hinduistas, budistas, judíos, etc., aunque unánimes en el espíritu pacifista y humanista, han caído en saco roto.

En nuestro país, si bien estamos libres del mal de la violencia generalizada, poco o nada avanzamos en la lucha contra la delincuencia brutal, contra la impunidad y contra la corrupción, que son tres males que nos desangran socialmente, que nos condenan al mismo tiempo al atraso material y a la irreligiosidad espiritual.

En la administración pública se contabilizaron este año gravísimos casos de colusión entre funcionarios y particulares para enriquecerse con fondos públicos o con evasiones impositivas, de sobrefacturaciones, de planillerismo, de despilfarros en gastos superfluos, de escándalos de “secretarias vips”, de paniaguados y recomendados políticos, de empleados particulares a sueldo del Estado, de dobles y triples remuneraciones que se conceden a sí mismos algunos políticos, de compraventa de votos en el Congreso, de injusticias en el Palacio de Justicia y otras tantas fechorías que siguen siendo nuestros dramas de cada día, de cada mes, de cada año.

Está visto y comprobado que a los políticos, principales responsables de estas desventuras, poco o nada les interesa luchar contra ellas; al contrario, se aprovechan de ellas en cuanto les sea posible. Es curioso y contradictorio que, precisamente en este momento en que los espíritus deberían estar dedicados a calmarse para compartir momentos piadosos con la familia, ellos estén realizando piruetas y maniobras para violentar los mandatos constitucionales al solo fin de continuar en el poder.

La Navidad que celebramos hoy debería ser, como la celebración nos enseña a los cristianos, la gran ocasión del año para hacer un alto en el camino, revisar lo actuado para reconocer los errores y los pecados y proponerse, cada uno a sí mismo, la enmienda moral que le permita asumir el compromiso de erradicar los males morales y materiales del Paraguay.

Esta festividad cristiana es un momento a compartir con la familia y propicio para olvidar enconos, para perdonar agravios, para reanudar los hilos que forman el tejido familiar, base que sustenta la armonía comunitaria y la concordia social. Si todos comenzamos por sentirnos en paz con nosotros mismos, con nuestros familiares y amigos, tendremos muchas más posibilidades de conformar una sociedad libre de pecado. Para eso es preciso erradicar la violencia y el engaño, vicios que tanto dificultan la convivencia y dan malos ejemplos a la niñez y la juventud.

Hay un pueblo que está necesitando angustiosamente seguridad, justicia y bienestar. En suma, una esperanza de que los graves males que le afectan sean alguna vez erradicados para vivir en un país mejor. Los gobernantes tienen el deber de hacer cuanto esté a su alcance para que los paraguayos confíen en un futuro más halagüeño, porque para eso hicieron una campaña electoral, ganaron una elección y asumieron un compromiso público. Pero si conciben el poder que ejercen solo como un instrumento de dominio, como una vía fácil para obtener riquezas materiales o para, simplemente, sentir el placer morboso de impartir órdenes, no cumplirán con tal obligación y perderán la legitimidad ética y política que debe sustentar el ejercicio del gobierno.

Los mensajes que trajo Jesucristo al mundo, hace más de dos mil años, siguen tan vigentes y tan desoídos como entonces. Fueron propuestas para enriquecer el espíritu y no el bolsillo, a costa de la pobreza de los demás. Suelen resumirse en la práctica de la fe, de la esperanza, de la misericordia y de la fraternidad. Hay que confiar, por consiguiente, en que esta Navidad sea el inicio de una nueva manera de dirimir nuestras diferencias políticas y nuestras desigualdades materiales. Para lograrlo, es necesaria una sociedad pacificada, entusiasta, satisfecha, junto con un gobierno honesto, sensato, prudente, patriota. Y que, si este último fallara en su obligación, aquella otra esté en condiciones de emplear su fuerza moral para obligarle a enmendarse, recordándole que el poder debe estar al servicio de las personas.

Hermandad y honestidad son las propuestas que la Navidad hace a todos los habitantes de este país, para ser fieles al legado cristiano y al de todas las demás religiones de paz y concordia.

La Navidad que celebramos hoy debería ser, como la celebración nos enseña a los cristianos, la gran ocasión del año para hacer un alto en el camino, revisar lo actuado para reconocer los errores y los pecados y proponerse, cada uno a sí mismo, la enmienda moral que le permita asumir el compromiso de erradicar los males morales y materiales del Paraguay. Hay un pueblo que está necesitando angustiosamente seguridad, justicia y bienestar. En suma, una esperanza de que los graves males que le afectan sean alguna vez erradicados para vivir en un país mejor. Hay que confiar, por consiguiente, en que esta Navidad sea el inicio de una nueva manera de dirimir nuestras diferencias políticas y nuestras desigualdades materiales. Para lograrlo, es necesaria una sociedad pacificada, entusiasta, satisfecha, junto con un gobierno honesto, sensato, prudente, patriota.
La cristiandad conmemora hoy el nacimiento de Jesús de Nazareth, que vino al mundo a dejar en él mensajes de fraternidad, de amor, de perdón y de redención de los pecados. Se calcula que actualmente los creyentes y bautizados en el cristianismo suman unos 2.350 millones de personas distribuidas en todas las regiones del mundo, lo que la convierte en la más numerosa y expandida de todas las creencias profesadas por los seres humanos.

Hay también muchas otras religiones y creencias que, con escasas excepciones, predican la paz y la hermandad entre las personas y los pueblos. No obstante, mirando el panorama mundial, diariamente asistimos a una terrible exhibición de violencia inmisericorde, expresada en matanzas y atentados de terroristas, en guerras formales, en guerras de guerrilla y en ataques puntuales que ocasionan miles de muertos y decenas de miles de heridos, de huérfanos, de refugiados y de desamparados. Si se tomara todo esto como referencia, se diría que las enseñanzas de los profetas y sacerdotes cristianos, musulmanes, hinduistas, budistas, judíos, etc., aunque unánimes en el espíritu pacifista y humanista, han caído en saco roto.

En nuestro país, si bien estamos libres del mal de la violencia generalizada, poco o nada avanzamos en la lucha contra la delincuencia brutal, contra la impunidad y contra la corrupción, que son tres males que nos desangran socialmente, que nos condenan al mismo tiempo al atraso material y a la irreligiosidad espiritual.

En la administración pública se contabilizaron este año gravísimos casos de colusión entre funcionarios y particulares para enriquecerse con fondos públicos o con evasiones impositivas, de sobrefacturaciones, de planillerismo, de despilfarros en gastos superfluos, de escándalos de “secretarias vips”, de paniaguados y recomendados políticos, de empleados particulares a sueldo del Estado, de dobles y triples remuneraciones que se conceden a sí mismos algunos políticos, de compraventa de votos en el Congreso, de injusticias en el Palacio de Justicia y otras tantas fechorías que siguen siendo nuestros dramas de cada día, de cada mes, de cada año.

Está visto y comprobado que a los políticos, principales responsables de estas desventuras, poco o nada les interesa luchar contra ellas; al contrario, se aprovechan de ellas en cuanto les sea posible. Es curioso y contradictorio que, precisamente en este momento en que los espíritus deberían estar dedicados a calmarse para compartir momentos piadosos con la familia, ellos estén realizando piruetas y maniobras para violentar los mandatos constitucionales al solo fin de continuar en el poder.

La Navidad que celebramos hoy debería ser, como la celebración nos enseña a los cristianos, la gran ocasión del año para hacer un alto en el camino, revisar lo actuado para reconocer los errores y los pecados y proponerse, cada uno a sí mismo, la enmienda moral que le permita asumir el compromiso de erradicar los males morales y materiales del Paraguay.

Esta festividad cristiana es un momento a compartir con la familia y propicio para olvidar enconos, para perdonar agravios, para reanudar los hilos que forman el tejido familiar, base que sustenta la armonía comunitaria y la concordia social. Si todos comenzamos por sentirnos en paz con nosotros mismos, con nuestros familiares y amigos, tendremos muchas más posibilidades de conformar una sociedad libre de pecado. Para eso es preciso erradicar la violencia y el engaño, vicios que tanto dificultan la convivencia y dan malos ejemplos a la niñez y la juventud.

Hay un pueblo que está necesitando angustiosamente seguridad, justicia y bienestar. En suma, una esperanza de que los graves males que le afectan sean alguna vez erradicados para vivir en un país mejor. Los gobernantes tienen el deber de hacer cuanto esté a su alcance para que los paraguayos confíen en un futuro más halagüeño, porque para eso hicieron una campaña electoral, ganaron una elección y asumieron un compromiso público. Pero si conciben el poder que ejercen solo como un instrumento de dominio, como una vía fácil para obtener riquezas materiales o para, simplemente, sentir el placer morboso de impartir órdenes, no cumplirán con tal obligación y perderán la legitimidad ética y política que debe sustentar el ejercicio del gobierno.

Los mensajes que trajo Jesucristo al mundo, hace más de dos mil años, siguen tan vigentes y tan desoídos como entonces. Fueron propuestas para enriquecer el espíritu y no el bolsillo, a costa de la pobreza de los demás. Suelen resumirse en la práctica de la fe, de la esperanza, de la misericordia y de la fraternidad. Hay que confiar, por consiguiente, en que esta Navidad sea el inicio de una nueva manera de dirimir nuestras diferencias políticas y nuestras desigualdades materiales. Para lograrlo, es necesaria una sociedad pacificada, entusiasta, satisfecha, junto con un gobierno honesto, sensato, prudente, patriota. Y que, si este último fallara en su obligación, aquella otra esté en condiciones de emplear su fuerza moral para obligarle a enmendarse, recordándole que el poder debe estar al servicio de las personas.

Hermandad y honestidad son las propuestas que la Navidad hace a todos los habitantes de este país, para ser fieles al legado cristiano y al de todas las demás religiones de paz y concordia.

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