👁‍🗨 | Lo que “nadie te dice” de la maternidad y todo lo que se pierde al parir

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“Nadie te dice lo que vas a perder por ser madre. Todos te dicen lo que vas a ganar», escribe la uruguaya Elianne Elbaum en su nuevo libro, «El despertar de la maternidad», editado por El guardián literario. (UNAM)

En “El despertar de la maternidad”, la escritora, politóloga, diplomática y activista por los derechos de la mujer Elianne Elbaum hace un recorrido intimo hacia ese “shock vertiginoso” que es transformarse en madre. “Fue lo más intenso que hice en mi vida y entré en él con una ingenuidad de la que me arrepentiría por años”, admite.

En los últimos años, la maternidad ha pasado al centro del debate, ya no como el destino obligado de toda mujer sino como una de las tantas posibles decisiones de vida, una que, además, no es tan color de rosas como antes se creía.

En su primer libro, El despertar de la maternidad, la escritora, politóloga, diplomática y activista por los derechos de la mujer Elianne Elbaum narra un recorrido íntimo hacia ese cambio rotundo y radical que es parir y el “shock vertiginoso” que conlleva la paternidad. “Fue lo más intenso que hice en mi vida y entré en él con una ingenuidad de la que me arrepentiría por años”, admite la autora uruguaya.

“Nadie te dice lo que vas a perder por ser madre. Todos te dicen lo que vas a ganar. Y esto de la maternidad tiene de uno y de otro, tiene tanto de dolor y culpa como de amor eterno. Tiene de sabor amargo como del sabor más dulce”, escribe Elbaum.

El despertar de la maternidad, editado por El guardián literario, es un imperdible ensayo que le permite al lector adentrarse en todo aquello que sale a la luz cuando se empieza a hablar de maternidad de manera franca, “rozando el sincericidio” y dejando atrás esa vetusta versión “rosa” de lo que implica maternar.

“El despertar de la maternidad” (fragmento)

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Nadie Te Dice

Desde que fui mamá mi vida cambió por completo: de ser una persona independiente y soltera, pasé a ser una mujer con pareja y una hija. El cambio fue muy repentino y me tomó por sorpresa. No soy de esas personas que le teme al cambio, de hecho toda mi vida disfruté mucho de cambiar de hogar, de ciudad, de amigos, de disciplina, de trabajo y de todo lo que se podía cambiar. Lo que era permanente en mí era el cambio.

Pero este cambio no fue igual a los otros. Fue lo más intenso que hice en mi vida y entré en él con una ingenuidad de la que me arrepentiría por años. “Nadie te dice” lo que vas a perder por ser madre. Todos te dicen lo que vas a ganar. Y esto de la maternidad tiene de uno y de otro, tiene tanto de dolor y culpa como de amor eterno. Tiene de sabor amargo como del sabor más dulce. Tiene eso de estar conscientes y “desvelados” (en el sentido Marxista de la palabra), yo lo llamo “la revolución de las madres”. Un renacer. Cual ave fénix, sentí que renacía como ser humano, con características que hasta el momento desconocía sobre mí misma. Tanto lo bueno como lo malo emergió desde lo más profundo de mi ser al alejarme cada vez más de mi zona de confort.

Este cambio además es irreversible, eso es impactante. Nada más de lo que hacemos normalmente en la vida es tan irreversible como esto. Créanme, intenté devolverlos un par de veces y, aun sin suerte, no tienen devolución ni cambio. Si concebimos la libertad como la ausencia de obligaciones, entonces la transición a la paternidad es un shock vertiginoso. Son la última obligación vinculante en una cultura que casi no exige ningún otro compromiso permanente.

En mi caso, me toca maternar sin mi madre ni mis abuelas. Mi abuela materna falleció cuando mi mamá tenía dieciocho años y mi abuela paterna cuando yo tenía catorce. Mi mamá falleció cuando yo tenía veinticuatro años. Lejos estaba de pensar en ser madre, recién me estaba reconciliando con el hecho de ser hija de esa gran mujer. Ella me pudo pasar mucha sabiduría sobre la importancia de la inteligencia emocional, elemento que tomo como el más fundamental para llevar adelante mi vida. Especialmente una vida en la que, desde siempre, mis padres me insistieron en seguir mandatos, seguir normas y ser obediente. Tal vez por eso siento que a veces soy muy débil en mi voluntad de permitirme ser diferente y permitirme romper con lo socialmente obligatorio.

Pero gracias a esa caja de herramientas emocional que me dejó mi madre es que, pocas, pero algunas veces, lo logro. Me dejó además las ganas de disfrute. El disfrutar de la vida. Este punto es fundamental y creo que es lo medular que tengo para transmitirles en este libro. Darse el permiso para disfrutar del parto, del puerperio, de la maternidad; con todo lo ambiguo que sentimos, mismo en el medio de la tristeza y la angustia.

Desde que fui madre, la extraño cada día más. Pienso muy seguido en cómo es ser madre teniendo aún a alguien que te materne y te arrulle. Mis referentes fueron mi tía y mi prima hermana con quienes he compartido cada instante de mi maternidad.La autora insta a las lectoras a "darse el permiso para disfrutar del parto, del puerperio, de la  maternidad; con todo lo ambiguo que sentimos, mismo en el medio de la tristeza y la angustia".La autora insta a las lectoras a «darse el permiso para disfrutar del parto, del puerperio, de la maternidad; con todo lo ambiguo que sentimos, mismo en el medio de la tristeza y la angustia».

De todos modos, creo vehementemente que mi sentimiento de soledad tiene mucho que ver con la ausencia de estas figuras femeninas claves. Siempre me imaginé una cadena de mamás que arrullaban a la siguiente: una acunando a otra, que acuna a otra, que acuna a otra y así sucesivamente en una suerte de cadena de madres-eslabones que sostiene, acuna y arrulla.

Más allá de mi historia personal, creo que muchas sentimos esa soledad aunque estemos acompañadas por nuestras parejas y familias. La soledad viene de la mano del peso de sentirse la única responsable por el bienestar del niño. Asimismo, en el puerperio, cuando aún no empezamos a trabajar, durante la licencia maternal, estamos todo el día con el bebé solas. Con un bebé que no comprendemos ni conocemos y esto es un peligro para la frágil y hormonal psiquis de la que recién parió.

La maternidad nunca fue pensada para vivirla sola, sin apoyo de una comunidad o tribu. Sin embargo, en la sociedad actual, es lo que nos toca a la mayoría. Algunas la tienen peor, la soledad no es solo un sentir, sino también la fealdad de cada día: hombres que se van al instante en que se enteran de que la mujer está embarazada, otros que desaparecen si la cosa se pone complicada. Y nadie, absolutamente nadie pregunta dónde está el papá.

Recuerdo hace poco una historia tristísima de una madre prostituta que tenía cuatro hijos, la más pequeña de tres o cuatro meses y la dejó a cargo de su hija mayor de trece para salir a trabajar, para obviamente mantener a sus hijos. Durante esas horas, la beba falleció de muerte súbita. Adivinen qué hizo la opinión pública. Crucificar a la mujer que acababa de perder a una hija y que había salido a trabajar porque estaba sola. Adivinen si alguien preguntó porqué el padre no estaba allí o si crucificó al maldito por ni siquiera existir.

Si hay algo que les pido a través de este libro es que seamos compañeras. Que dejemos de crucificarnos entre nosotras, de pensarnos como enemigas o competidoras y que entendamos que estamos todas remándola. Algunas la llevan mejor, algunas que tienen más dinero pueden hasta tercerizar su rol, pero de todos modos la culpa y la responsabilidad siempre recae sobre las madres y, por eso, unámonos para entendernos, para entender que todas estamos librando batallas y que de nada sirve culparnos entre nosotras por lo que la sociedad patriarcal y sus mandatos nos quiere responsabilizar y que si la criatura se hizo de a dos, la responsabilidad debería responder a eso.

Estamos todos llenos de crítica, de estigmatizaciones, listos para juzgar y prejuzgar a los dos segundos. Esto es algo en lo que vengo trabajando desde que tengo conciencia de ello. Y es lo que más me cuesta. ¿Cómo puedo deshacerme de mis preconceptos si me los grabaron con fuego desde que era niña? ¿Cómo puedo dejar de quejarme y de criticar tan fácilmente, sin saber por lo que están pasando los otros?

Muchas veces en la ducha repaso mi día y pienso cuántas veces critiqué. La verdad es que hay días en que son muchas. Me duele bastante ser así. Lo sufro y por unos días ese sentimiento de disgusto por mí misma me hace no criticar, me hace ser más benevolente, pero con el tiempo me olvido y vuelvo al punto cero. Pienso: “¿Algún día lograré salir de ese lugar de liviandad y debilidad?”. Espero que algún día.

Quién es Elianne Elbaum

♦ Nació en Uruguay.

♦ Es escritora, politóloga, diplomática y activista por los derechos de las mujeres y de las madres

♦ El despertar de la maternidad es su primer libro.

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