Todos los días las mismas tareas, el mismo devenir, las mismas obligaciones: a muchas personas les aburre la repetición constante en el trabajo.
Pero, ¿qué salida hay a la trampa de la rutina? ¿Y cómo reconocer si la simpe frustración se está convirtiendo en un verdadero riesgo?
Es bastante frecuente que a los empleados los aburra su trabajo por más que tengan mucho para hacer. Por un lado, hoy en día hay que estar permanentemente ubicable y dar respuestas en todo momento, por el otro, a veces se tiene la sensación de que los temas no hacen más que repetirse.
El cuerpo suele cumplir con las tareas de rutina en un modo «ahorro de energía» para que, en el peor de los casos, haya recursos suficientes para nuevos desafíos. Por eso, el cerebro intenta almacenar las tareas que hacemos a diario en el llamado sistema 1.
Esto es práctico, pero en la rutina laboral tiene una desventaja: trabajar de forma automática no descarga del todo al cerebro, que quiere ocuparse con otros temas…y un problema derivado de ello es la dificultad para concentrarse. Recién cuando nos dedicamos a tareas nuevas o sorprendentes, comienza a funcionar el llamado sistema 2, que trabaja de forma distinta.
Sin embargo, pocos empleados se enfrentan día a día a nuevos desafíos. Tanpoco esto es un problema para todo el mundo. Cuánto sufrimiento o no genera la rutina depende mucho de la personalidad. A las personas de costumbres, la rutina en el trabajo puede resultarles algo más bien placentero.
Pero incluso los más aventureros no tiene por qué sufrir con la rutina. La actitud es algo que se puede trabajar de modo de tratar de ver lo positivo. En vez de quejarse a diario, uno puede preguntarse: «¿Cómo hago que esta tarea tenga sentido? ¿A quién ayudo con esto? ¿Cómo puedo interpretar esta tarea de modo que tenga sentido para mí?».
También sirve recordarse por qué uno se candidateó para ese puesto: ¿era la empresa especialmente interesante y sus productos atractivos? ¿Es agradable el ambiente de trabajo, el jefe es amable? Y en cuanto al sueldo…¿para qué se lo gana, además de para subsistir? ¿Se tiene en mente terminar de pagar la casa, o ahorrar para un gran viaje? Pensar en estas cosas puede ayudar a ver las tareas rutinarias como parte de un plan mayor.
Si ya no se encuentra mucha motivación pero no se puede dejar el trabajo, uno también se puede conceder algunos pequeños «premios» en medio del día, como hacer una pausa para tomar un café o salir un ratito a la calle, a dar una vueltita o al menos tomar un poco de aire en la puerta.
Sin embargo, si la rutina afecta mucho a pesar de todos los esfuerzos, la frustración puede causar problemas psíquicos. La mala evaluación constante del trabajo y estar todo el tiempo rumiando acerca de lo mucho que no se lo soporta puede generar mucho estrés y llevar a una depresión.
Dos de los síntomas más claros de esto son la pérdida de interés y la actitud depresiva, que se extienden incluso más allá del trabajo. Ya no se tienen ganas de nada, se suele estar de mal humor y cuando la rutina pesa tampoco se quieren hacer actividades sociabilizantes en el tiempo libre. Cuando sucede esto, es señal de que algo debe cambiar.